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DÍA DE LA RESISTENCIA Y RE-EXISTENCIA

Han pasado más de cinco siglos desde que los pueblos originarios de América vivieron el infortunio de ser contactados por los genocidas de Occidente. Las tierras que habían sido testigos del florecimiento de grandes civilizaciones vieron correr la sangre de nuestros ancestros, que lucharon con fuerza y dignidad para proteger su mundo. Esa sangre, lejos de perderse, quedó impregnada en cada rincón de este continente, alimentando la resistencia que nos ha permitido perdurar como pueblos originarios.
A través del tiempo, esa sangre ha sido el pulso que nos ha mantenido en pie, a pesar de las masacres, el saqueo y la opresión que intentaron borrar nuestras culturas. En lugar de desaparecer, nuestros saberes ancestrales encontraron refugio en las montañas, en los ríos, en los rituales sagrados, y en la memoria viva de nuestros mayores. Hoy, seguimos luchando por recuperar lo que quedó tras siglos de violencia: nuestras tierras, nuestras lenguas, nuestros usos y costumbres.


En nuestra Colombia, culturas ancestrales como los Quimbayas, que habitaban las laderas occidentales de la Cordillera Central; los Chibchas, la confederación Muisca, los Kalina (Caribes); los Taironas, los Zenúes, la cultura Calima, la cultura Capulí y la cultura Tumaco, todas ellas nos dejaron un legado invaluable. Sus conocimientos sobre la astronomía, la medicina natural, la arquitectura y la agricultura son solo algunos ejemplos de la riqueza que el colonialismo intentó arrebatar.


En el Cauca, seguimos resistiendo. Como pueblo Misak, hemos logrado mantener viva nuestra cosmovisión, nuestros usos y costumbres, y, sobre todo, nuestra lengua propia: la raíz de nuestra identidad. Los rituales que realizamos durante la siembra y la cosecha, la espiritualidad que nos conecta con la madre tierra, y nuestras mingas, donde el trabajo comunitario se convierte en una acción de resistencia, son la prueba de que no solo existimos, sino que re-existimos, creando espacios para fortalecer nuestras comunidades y nuestras formas de vida.


Debemos recordar que nuestra historia no solo es de dolor, sino también de fortaleza. Nuestros ancestros supieron convertir el sufrimiento en lucha, y su ejemplo nos muestra que la resistencia es parte de nuestra herencia. El simple hecho de seguir hablando nuestra lengua, de seguir realizando nuestros rituales y de defender nuestro territorio es un acto de rebelión y dignidad.
Por eso, los pueblos indígenas debemos sentirnos profundamente orgullosos de nuestras raíces. Cada palabra en nuestra lengua, cada minga que realizamos, cada ceremonia y cada historia que compartimos es un recordatorio de que seguimos aquí, fuertes y unidos. Este día es un espacio para recordar, reflexionar y, sobre todo, para fortalecer nuestra identidad y nuestra historia, reconociendo que la resistencia que nos ha permitido perdurar no es solo del pasado, sino que sigue viva en nosotros.